Elegimos una sartén antiadherente, que tenga, más o menos, el mismo diámetro que el molde que utilizaremos posteriormente. No es importante que la sartén y el molde sean de un tamaño muy parecido, pero de este modo, nos aseguramos que no nos faltarán tomates ni nos sobrarán. Es por una cuestión de comodidad.

Ponemos un poco de mantequilla en la sartén y cuando esté derretida (fuego medio), echaremos un par de cucharadas soperas de azúcar, para hacer caramelo. Una vez el azúcar se haya disuelto, dispondremos los tomates, primero con la pulpa tocando la sartén. Dejaremos dos o tres minutos y daremos la vuelta. Ahora, con la piel tocando la sartén los dejaremos tres o cuatro minutos más.

No queremos que los tomates de hagan del todo, ya que posteriormente irán al horno y se terminarán de hacer. Además, no nos interesa que se deshagan. Queremos que mantengan su forma.

Cuando estén listos, los pasaremos a un plato. Con una espátula, recogeremos el caramelo que haya quedado en la sartén y lo verteremos sobre el molde que utilizaremos para hacer la Tatin. Moveremos el molde con movimientos circulares para que el caramelo quede bien repartido.

A continuación, iremos colocando, con cuidado los tomates en el molde de la tarta, con la pulpa hacia arriba (de este modo al desmoldarla, quedaran con la piel hacia afuera y la tarta quedará más bonita).

Una vez colocados todos los tomates, cubriremos el molde con la masa de hojaldre, introduciendo la parte exterior de la masa dentro del molde. Pincharemos el hojaldre varias veces con un palillo para que respire.

Introduciremos el molde en el horno, precalentado a 200 ºC y lo dejaremos hasta que veamos que el hojaldre ha quedado dorado.

Extraeremos el molde del horno y lo dejaremos templar. Una vez templado, colocaremos un plato llano (o una fuente) redonda, de diámetro superior al molde de la tarta, sobre el molde y con un movimiento decidido daremos la vuelta a la tarta.

Finalmente, espolvorearemos con orégano.