La esqueixada me ha acompañado a lo largo de mi vida. Era uno de los platos preferidos de mi padre. Por eso,  en las ocasiones especiales siempre estaba presente. Pero no  podía ser “cualquier“ esqueixada. Sólo “esta“ esqueixada. Sin pimiento, sin cebolla, sin tropezones de tomate. Nada podía distraer el sabor del bacalao. Sólo bacalao, tomate triturado y aceituna negra. Nada más. Y así, a lo largo de los años, hemos seguido disfrutando de este plato, tal y como a él le gustaba.

El único secreto para preparar una buena esqueixada es contar con un bacalao de calidad. Si lo compramos salado, deberemos tener la precaución de desalarlo muy bien. Lo sumergiremos en agua fría durante 48 horas e iremos cambiando el agua cada cinco o seis horas.

Una vez tengamos el bacalao desalado, simplemente deberemos cortarlo a taquitos pequeños o desmenuzarlo con los dedos, según el gusto de cada cual. A continuación, rallaremos tomate sobre el bacalao. A mi me gusta en abundancia, que se note el sabor del tomate, que al ser rallado, es muy suave. Regaremos con aceite de oliva virgen extra. Espolvorearemos con pimienta al gusto. Si lo hemos desalado bien, añadiremos una pizca de sal.  Y Finalmente, cortaremos aceitunas negras sin hueso en rodajitas y las verteremos sobre el resto de ingredientes. Removeremos bien y nuestra esqueixada estará lista.

Y para todos aquellos a quienes no les moleste el sabor de la cebolla, también podéis añadir este ingrediente, picado muy muy fino.

En cuanto a la presentación, la esqueixada se puede presentar ya mezclada o separando los ingredientes por pisos. De todas maneras, es un plato tan exquisito que lo de menos es cómo se sirva en la mesa.